Imaginerías en bulto

Luis Ignacio Sáinz

La dilatada obra de José Luis Cuevas testimonia su obsesión por los seres, a veces humanos, en ocasiones monstruosos, por momentos fantásticos. El artista se delecta en las deformaciones físicas, sus torsiones y señas particulares, espejos de conciencias mancilladas, espíritus maltrechos, almas en pena. Aún en la escultura, se impone el dibujo: ese empeño por registrar los rasgos de rostros y cuerpos que simultáneamente son mentes y voluntades, febriles, afectadas, dolidas. De algún modo paradójico desdeña las pieles que fija en su ilustración o trazo, pues su encomienda apunta hacia otro móvil: la capilaridad de sentimientos y pensamientos de quien o quienes quedan atrapados en su censo plástico. Subrayo: su interés en el exterior reposa en su empeño por descifrar el interior.

A diferencia del intimismo propio de sus dibujos, estampas o acuarelas, sus ejercicios tridimensionales asumen la monumentalidad. Sorprende que esto ocurra en tan denodado crítico de los formatos descomunales del muralismo, esa avidez por lo público y su gusto por la catequesis secular, pues con el refrán “a la vejez, viruelas” se zambulle en el principio de toda representación volumétrica: generar el pasmo y lo pánico en un observante, tal vez todavía no espectador, que es temeroso de la naturaleza y de los dioses que la animan. Miedo, respeto, devoción, del que aprende a creer en aras de fundar su propia protección. Idolatría, para unos; religiosidad, para otros, el hecho reside en que semejantes figuras son signos de un proceso complejo, el del autor, por hacerse presente más allá de los confines de su estudio o taller, auténtica cámara de los secretos y las maravillas, donde convergen en sabrosa promiscuidad, su disciplina compositiva, su hedonismo, su compulsión psicologista y su narcicismo.

La fábrica de los bultos, esos entes dueños de tercera dimensión, manifiesta una tensión, feliz por cumplida o trágica por fallida, dependiendo de los casos, entre un yo voraz, expansivo, y lo otro, un sujeto que aparece como víctima propiciatoria, destinado a ser engullido. Colisionan, pariendo un espacio de ambigüedad: el del hecho estético, dual, siamés, hermafrodita. La giganta (1985) deviene un inmenso botón de muestra de semejante “inocencia del devenir”, en la expresión de Nietzsche: femenina de frente, masculina por detrás. Las gasas del atuendo se diluyen, tienden a desaparecer, luciendo su desnudez, pero sobre todo ostentando la libertad conquistada. Coloso broncíneo, híbrido, que marca y ordena el atrio de lo que fuera el convento de Santa Inés1, por su centralidad, y que también nos asombra por su intención de moverse, de dirigirse al portón y tomar la calle para hacer de las suyas, en esos rumbos pródigos en conductas licenciosas.   

Por una casualidad del destino, José Luis Cuevas fue parido un 26 de febrero de 1931 en los altos de la fábrica El Lápiz del Águila, propiedad de Arena, Heredia y Compañía, administrada por su abuelo Adalberto Cuevas; negocio localizado en avenida 16 de septiembre número 43, la que antes fuera calle del Coliseo Viejo número 24, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. En este contexto desarrollaría su vocación artística. Según refirió en múltiples oportunidades el propio creador, para él fue irresistible en la niñez su contacto con papeles, colores y grafitos.

Ahora sí que los medios al alcance de la mano y una inusitada capacidad de observación lo convertirían en más que digno heredero de la gráfica de José Guadalupe Posada y riguroso analista de la historia del grabado, desde Rembrandt hasta Picasso. Su interés en la escultura tardaría décadas en manifestarse, dependiendo siempre de su pasión por diseñar, bosquejar y proyectar en pliegos, cuadernos y el grabado en placas de metal.

Su lenguaje conquistará su cima, en mi opinión, con un alud de dibujos a tinta coloreados con acuarela o con gouache, grabados, litografías y ensambles, que forman Intolerancia (Museo de Arte Moderno, CDMX, 1985); exposición basada en el libro de Gustav Henningsen2 sobre la Inquisición en la provincia de Logroño, Vasconia, de cara a una suerte de epidemia de “brujomanía”, surgida a fines del siglo XVI y principios del siglo XVII, con la cifra alarmante de 2 mil procesados y 5 mil sospechosos, sobresaliendo el expediente de la Graciana de Barrenechea, de Zugarramurdi, mujer del pastor Juanes de Yriarte.

1Obra pía de clausura fundada el 17 de diciembre de 1600 a promoción de Diego Caballero e Inés de Velasco, marqueses de La Cadena; con el apoyo del virrey Gaspar Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, con Bula papal de Clemente VIII (1596) y Real Cédula de Felipe II (1598), con traza, montea y proyecto del arquitecto Alonso Martínez López, después maestro mayor de la Catedral de México. Congregación formada por 33 religiosas, una por cada año que viviera el Nazareno. Allí yacen, en su altar, los restos mortales del jalisciense José de Ibarra (1685-1756) y del oaxaqueño Miguel Cabrera (1695-1768). Rescatado como Museo José Luis Cuevas el 8 de noviembre de 1992.

Mujeres | 1980

Autorretrato con futbolistas | 1967

Fotografía: El mundo ilustrado | 1904

2El abogado de las brujas: Brujería vasca e Inquisición española, Madrid, Alianza Editorial, 1983, 536 pp.

3Semanario de Rafael Reyes Spíndola (1860-1922), editado e impreso en Puebla, entre 1894 y 1914, que inaugura el uso de la fotografía como registro noticioso. Su fundador fue el pionero del periodismo moderno en nuestro país, primero con El Universal desde 1888, que después vende a Ramón Prida; y después con El Imparcial, que aparece en 1896. Este medio le dedicó un reportaje a la fábrica y papelería El Lápiz del Águila, donde resaltaba su participación con imágenes en el desfile de la capital del 4 de diciembre de 1904, con alabado carro alegórico. Véase, Archivo Histórico del Palacio de Minería, Facultad de Ingeniería, UNAM.

Entonces, con sus limitaciones y peculiaridades, será el dibujo el origen y el sentido de su volumetría. No trabajará maquetas, tampoco hará modelados, dependerá del fundidor Alejandro Velasco (Fundición Artística Velasco); y para la composición solitaria en metal de Juan Álvarez del Castillo (Taller Majac), Gigante de Chihuahua (2017). Lo cual no impide reconocer una enorme fuerza e ironía en las obras resultantes que, sin lugar a dudas, se ajustan al vocabulario icónico del fabulador de constelaciones del subconsciente4; algunas realmente excepcionales como Figura obscena (2001, Colima).

Figura obscena | 2001

 

Carta a Luis Guillermo Piazza5 | 1963

Notables son sus alusiones a los escritos y anecdotarios de Franz Kafka, el marqués de Sade, Francisco de Quevedo y Villegas, Friederich Nietzsche o Eugene Ionesco. En tales frecuentaciones jamás se limita a ilustrar, siempre hay un algo más, su mirada inquisitiva y penetrante, que revela su condición de lector asiduo y solvente.

5Escritor y editor argentino (Córdoba, 1921-Ciudad de México, 2007) a quien se le atribuye la invención de la Zona Rosa, junto a José Luis Cuevas. Colaboró en la OEA a cargo de las actividades culturales; promotor del compositor visual mexicano, sin cumplir la función de “tutor” y ghostwriter que le corresponde al cubano José Gómez Sicre (1916-1991), quien como director de Artes Visuales de la Unión Panamericana organizó la primera exposición en el extranjero de JLC, en Washington en 1954.

En un apunte rápido y breve Octavio Paz capta su núcleo: “Artista carnívoro cuya atracción principal reside en su gracia flexible, sus movimientos sinuosos, la ferocidad elegante de su dibujo, la fantasía grotesca de sus figuras y los resultados con frecuencia mortíferos de sus trazos. Este artista pasa, en un abrir y cerrar de ojos, sin causa aparente, de momentos de reposo plácido a otros de furia relampagueante”.6

En efecto, tales rasgos conforman su geografía estilística; de carácter volcánico, su quehacer se iría apagando al paso del tiempo, sin extinguirse del todo, simplificando su gesticulación y suavizando su temática; pero seguía procurándonos, de vez en cuando, algunas fumarolas y exhalaciones de notable fuerza magmática que evocan el por qué le fuera concedido en 1959 el Primer Premio Internacional de Dibujo de la Bienal de Sao Paulo. Poeta material de lo terrible, cronista de la violencia y la locura, la sensualidad en un arco vastísimo y el voyeurismo más descarnado de las aberraciones físicas.

Ninfomana

Caballo de circo

De las obras de pequeño y mediano formato que se antologan en la exposición homenaje organizada por el Museo Federico Silva. Escultura Contemporánea, se distingue una imagen deshumanizada del cuerpo, Ninfómana, tal vez en torsión y alarido propios del placer in extremis o simplemente del anhelo orgásmico; y una representación zoológica libre, geometrizada, lúdica, Caballo de circo, sin crin identificable y tocada con una borla o pompón, a punto de comenzar su acto en la pista central de la carpa ausente que contiene, como dejo pensado, los vítores y las dianas por su aparición.

Eligió, persuadido y codicioso, situarse del lado de la sombra para auscultar y explorar sus demonios y perversidades. Sin embargo, la representación de la deformidad o la alteración no lo recluye en cierto sadismo, tampoco lo instala en la distancia; en las señas de identidad de los objetos producidos se trasmina empatía, una dosis de cercanía sensible, que los vuelve tolerables e incluso cercanos. Luego entonces, emanan humanidad. La modificación de las proporciones sustenta, justamente, su armonía distintiva. Una, habrá que subrayarlo, que se aleja de la concepción rígida clásica afiliándose a una modernidad figurativa (Giacometti, por ejemplo).

Superficies-formas, rotundas, que conquistan su espacio, lo habitan con naturalidad, como si estuviesen en esos allí desde siempre, en calidad de moradores permanentes o atávicos. Sólidos dueños de interioridades activas, incontinentes en su necesidad de expresar, percibidos por la mirada de aquellos que se definen como sus interlocutores y dialogantes. A diferencia de escultores formados como tales que controlan el proceso de manufactura o fábrica, José Luis Cuevas depende de la intervención de otros, lo que puede generar cierto grado de alteración en la solución del diseño. Elabora los croquis o planteamientos bidimensionales, pero no participa secuencialmente en su elaboración, es decir, en la dotación de la volumetría requerida para que el plano adquiera profundidad y exhiba su masa. Ello no impide que algunas de sus obras sean en verdad espléndidas.

El puente salvífico que une los polos del dibujo y la escultura se materializa y aloja en las placas de bronce, pespuntes en altorrelieve que conceden organicidad a su destreza en la captura de siluetas mediante ilustraciones, con el valor agregado de las texturas aportadas por el metal. En número de once (una, El Gruñón, de 94 x 65 cm. y diez de 67 x 53 cm. destacando Cabezas), integran una especie de vademécum de las formas que el artista fatigó a lo largo de su dilatada carrera. Son relieves directos, simples, carentes del barroquismo del esgrafiado que tanto asociamos con su obra, por su naturalidad al rayar con incisiones o impresiones los cuerpos y rostros de sus figuras, a la manera de tatuajes o cicatrices; entre los que sobresale, Metamorfosis.

La técnica ancestral de la cera perdida, donde sumerios y chinos se disputan su hallazgo, desde el boceto hasta la tridimensión, para continuar con el moldeado, después el horno con la fundición y la impronta del acabado a través del cincelar y aplicar la pátina. Fajina colectiva que, en las piezas aludidas, cumple su cometido, evocando las mejores virtudes del polémico creador, narcisista de tiempo completo y fidelísimo a su imaginería, revisitada hasta el cansancio para domeñar el más mínimo detalle de semejantes tópicos, gestualidades y disposiciones de formas y trazos.

La presente exposición, curada por Enrique Villa, reúne un conjunto de obras preparadas a lo largo de poco más de tres décadas en la Fundición Artística Velasco, que permiten aquilatar la imaginación fecunda de un creador fundamental para comprender el arte mexicano de la segunda mitad del siglo XX y lo que corre del actual. Oportuno y merecido homenaje que tributa el Museo Federico Silva. Escultura Contemporánea a José Luis Cuevas (1931-2017).

La dilatada obra de José Luis Cuevas testimonia su obsesión por los seres, a veces humanos, en ocasiones monstruosos, por momentos fantásticos.