Ataqué con virulencia el arte folkrórico, superficial y pamplón
José Luis Cuevas
Mi manifiesto titulado “La cortina de nopal” publicado por primera vez en el suplemento cultural de Novedades “México en la Cultura” en 1951, cuando lo dirigía Fernando Benítez. Después fue traducido al ingles y reproducido en la revista “neoyorquina de vanguardia Evergreen Review. Más adelante lo incluiría en mi “autobiografía precoz” Cuevas por Cuevas que publicó ERA en 1965. Fue un articulo anticonformista, en contra -de la llamada Escuela Mexicana de Pintura y del nacionalismo feroz que ejercían los intelectuales de la época. El título de La cortina de nopal se popularizó pronto e incluso fue usado con cierta frecuencia en publicaciones norteamericanas cuando querían referirse al nacionalismo latinoamericano. He leído que una película que actualmente prepara Luis Valdés llevará el titulo de La cortina de nopal. Este director chicano es famoso por sus filmes Zoot Suit y La Bamba. La cortina de nopal fue el primer manifiesto efectivo en contra de la pintura mexicana que negaba toda influencia extranjera para exaltar todo lo nuestro. Sería el comienzo de una serie de artículos en los que ataqué con virulencia el arte folclórico, superficial y ramplón que se hacia en México y cuyo pontífice supremo era Diego Rivera. Yo tenía entonces 22 años de edad y mi obra ya había sido expuesta en Nueva York y en Paris. En México y en el extranjero se me veía como un joven iracundo y esto me costaría ser rechazado por mis compatriotas y ser aceptado en centros neurálgicos del arte en los Estados Unidos y Europa, donde las actitudes rebeldes de los jóvenes empezaban a ser recibidas con entusiasmo. Dentro de Latinoamérica fui un precursor y en los Estados Unidos mi actitud era comparada a la que en el cine asumía James Dean o en la música popular Elvis Presley.
Recuerdo que por esos años fui a Colombia. En Bogotá se hablaba del “Civismo”, sinónimo de rebeldía. El poeta colombiano Gonzalo Arango dijo que por mi actitud iconoclasta le recordaba a Jean Genet.
Pienso que mi actitud sana y juguetona de derrumbar a tantos ídolos de la cultura nacional sirvió de mucho y contribuyó a la transformación del ambiente.
En un libro de Selden Rodman titulado Mexican Journal, Diego Rivera al ser entrevistado por el autor me injuria duramente, mientras Siqueiros, Leopoldo Méndez y algunos pintores del Frente Popular de Artistas Plásticos en México se referían a mí en términos despreciativos. Rivera aseguraba que mi prestigio era efímero y mis golpes en nada dañaban al poderoso y pétreo muralismo, que por cierto, ya había caído en un academismo monolítico y aburrido.
Tuve a Tamayo como ejemplo para mi actitud rebelde, aunque él no fuera polemista, aunque no se expresara verbalmente y prefiriera vivir un autoexilio silencioso en Nueva York o en Paris. Pero el hecho de ser un opositor, a través de su obra, de la Escuela Mexicana de Pintura, me llevaba a admirarlo y a tornarlo como bandera.
Creo que es necesario repetirlo: el primer opositor teórico que tuvo el arte indigenista y político de México fui yo, porque Tamayo vivía amordazado y fue hasta muchos años después, cuando México le abrió las puertas y lo entronizó como gran figura del arte nacional, que empezó a hablar y a decir cosas que antes no se había atrevido.
Mi generación está constituida por brillantes artistas que, fastidiados del realismo de la Escuela Mexicanista, optaron por el abstraccionismo. Me parece muy acertado llamar a esta generación a la que pertenezco la de la “Ruptura”, porque efectivamente todos abrimos nuevos caminos para el arte en México. A partir de nosotros la plástica nacional sufrió un cambio y las generaciones más recientes mucho nos deben por ello.
Yo crecí con Felguérez, con Vicente Rojo y con Gironella. De estos tres sólo el último ha sido y sigue siendo figurativo. Toledo aparece algunos años después. El nace seis años después que yo.
Una de las características de nuestra generación es la necesidad de salir, de viajar, de conocer otras culturas. Quizá fuimos un poco como los Contemporáneos, ya que nos nutrimos del arte universal, en mi caso siempre hubo ese rasgo muy mexicano, la ferocidad en mis actitudes y en mi propia obra. Como mexicano que soy, a lo largo de mi vida he tenido una preocupación despiadada y cruel por la verdad, como lo dijera el poeta francés Philipe Soupault en la primera monografía que sobre mí se publicó en francés, en 1955.
Febrero de 1988
Me parece muy acertado llamar a esta generación a la que pertenezco la de la “Ruptura”, porque efectivamente todos abrimos nuevos caminos para el arte en México (…) Una de las características de nuestra generación es la necesidad de salir, de viajar, de conocer otras culturas.